No nos salvamos solos, Mensaje conclusivo de la 120ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile

Al finalizar su Asamblea Plenaria, la cual fue realizada de forma excepcional a través de las plataformas digitales, los Obispos publicaron su mensaje en el contexto de lo que se vive por el COVID 19.

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,

con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente,

y al prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27)

 

Al término de la 120ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile, que hemos realizado estos días en forma remota, queremos compartir una reflexión sobre el momento que vivimos.

  1. Corresponsables en la prevención y superación de la pandemia. La pandemia del coronavirus “Covid-19” nos ha obligado a cambiar nuestros hábitos y formas de vida. Porque no se puede aminorar su gravedad, seguimos animando a los católicos y a todos los ciudadanos a actuar con responsabilidad, siguiendo estrictamente las indicaciones de la autoridad sanitaria en cada lugar y momento, cuidándonos unos a otros, y muy especialmente a los más vulnerables.
  2. Una Iglesia próxima al dolor. La cercanía de la enfermedad, el dolor y la muerte, nos ha llevado a preguntarnos por el sentido de la vida y las posibilidades de convivencia entre los seres humanos, especialmente frente al sufrimiento de los más necesitados. Hoy el Señor nos urge a ser cercanos y atentos a los más pobres y desprotegidos ante la pandemia: personas sin techo o sin hogar, adultos mayores, inmigrantes, grupos familiares que viven en hacinamiento, sin agua y sin condiciones de salubridad ni conectividad. Junto al dolor de quienes han perdido a familiares o los ven sufrir, nos conmueven también los episodios de violencia al interior de la familia, el miedo y los problemas de salud mental a causa de esta crisis.
  3. Ante el complejo escenario social, unir esfuerzos. Junto a la incertidumbre sobre el año escolar, la quiebra de emprendimientos o el fracaso de proyectos, vemos con especial preocupación que muchas personas y familias perderán sus fuentes laborales y que ello implica angustia y falta de recursos para la subsistencia familiar. Este drama nos interpela a promover una solidaridad activa y a trabajar en un pacto social para aminorar el impacto de la cesantía y sus consecuencias. Este empeño requiere el esfuerzo de todos, sin excepción.
  4. Una voz de esperanza. Queremos que nadie se sienta solo en este tiempo, que a nadie le falte una voz esperanzadora. Para eso unimos desde la Iglesia nuestros esfuerzos para ofrecer una red de acompañamiento, escucha y solidaridad, porque la distancia física es un estímulo a la cercanía espiritual y fraterna.
  5. Opción por los más necesitados. Hemos puesto a disposición de las autoridades recintos, instalaciones y todo lo que ayude a enfrentar esta grave crisis. Toda la pastoral social e instituciones de la Iglesia, a nivel nacional y en cada diócesis, están trabajando en proyectos que nos permitan una efectiva asistencia a los más afectados por esta situación. Apreciamos todas las políticas públicas que van en ayuda de los más necesitados, tanto las ya anunciadas como otras que puedan estudiarse a futuro. Invitamos a vivir una solidaridad que nos comprometa y que exprese fuertemente nuestro deber de fraternidad, que brota del Evangelio.
  6. Los ejemplos de solidaridad y de caridad nos iluminan. El papa Francisco nos ha dicho: “Espero que encontremos los anticuerpos necesarios de justicia, caridad y solidaridad”. Con infinito agradecimiento, reconocemos el generoso compromiso de autoridades políticas, del personal sanitario, auxiliares, agentes de seguridad y de las Fuerzas Armadas y de Orden, empresarios, trabajadores y voluntarios de distintos ámbitos que, con su esfuerzo, han permitido la atención de los enfermos y la ayuda a toda la población.
  7. Nuestra liturgia y oración en este tiempo. Para prevenir posibles contagios de Covid-19 en aglomeraciones, hemos tomado la difícil decisión de reducir drásticamente nuestras actividades pastorales y celebraciones litúrgicas. Somos conscientes de que muchas personas desearían volver a participar presencialmente en la vida sacramental, pero en las actuales circunstancias ello no resulta siempre posible. Es una medida excepcional y temporal, que esperamos revertir progresivamente cuando las condiciones lo permitan. Seguiremos utilizando de manera creativa la televisión, radio y plataformas digitales a fin de que la Palabra de Dios y las celebraciones litúrgicas lleguen a los hogares de los fieles. Agradecemos el esfuerzo que han realizado los ministros ordenados y el personal consagrado en este sentido. Junto al papa Francisco, invitamos a orar por todos los que sufren las consecuencias de esta pandemia, sus cercanos y por el abnegado personal sanitario.
  8. Ante el drama humano, construyamos puentes. Porque la dignidad de la persona humana debe ser el centro de toda política pública, el país espera de todos los actores y autoridades una actitud dialogante, no confrontacional. No es solo una estrategia; es un imperativo ético mirar más al bien común que a las causas o proyectos particulares. No basta el aplanamiento de una curva o el cumplimiento de una meta económica para superar esta crisis. El trasfondo, antes que sanitario o económico, es el drama humano ante nuestros ojos. En Chile y en la Iglesia hay todavía muchos asuntos pendientes que no pueden ser olvidados. Las mesas de diálogo social que hoy se han abierto por la pandemia son un camino para retomar la búsqueda de un Chile más justo, solidario y dialogante.
  9. Trabajemos por la fraternidad. Es tiempo de valorar la vida de los otros, de conocer a “los santos de la puerta del lado” como enseña el papa Francisco, de vivir austeramente, de revisar el modo en que nos relacionamos como pueblo y con la Creación. Cuidarnos significa, ante todo, reconocernos como hermanos y tratarnos con respeto. Recientemente hemos celebrado la Semana Santa, en donde la resurrección de Cristo triunfa sobre la muerte, iluminando con toda su fuerza nuestra vida. Podremos recuperarnos del Covid-19, pero Chile solo estará sano cuando podamos, superando el odio, la indiferencia y violencia, reconstruir las relaciones fraternales en solidaridad y justicia, a las que Jesucristo nos invita.

Confiados en la intercesión de Nuestra Señora del Carmen, nuestra Madre, “salud de los enfermos” y “consuelo de los afligidos”, nuestra esperanza se nutre de la certeza del Dios-con-nosotros que siempre vence el mal.

LOS OBISPOS Y ADMINISTRADORES, DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE

Viernes 24 de Abril de 2020

 

 

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